Existe un consenso claro sobre el hecho de que ganar un premio Nobel es el mayor reconocimiento profesional al que puede aspirar un científico. El testamento de Alfred Nobel estableció premios para las disciplinas de la química, la física y la medicina, e indicó que debían concederse anualmente al trabajo que, a criterio del jurado, “hubiera generado el mayor beneficio para la humanidad”. El Dr. Bengt Norden, miembro del comité de química de los Premios Nobel entre 1995 y 2004, explicó los criterios de selección del premio de química, aclarando que se da prioridad a los descubrimientos que han tenido “un impacto capital en el campo de la química” y un “amplio abanico de consecuencias”.
Las investigaciones en medicina y química reconocidas esta semana por los comités del Nobel son ejemplos claros de estudios beneficiosos para la humanidad cuyos efectos se materializarán en innumerables ámbitos. Mientras que algunos de los avances científicos que han ganado el premio Nobel, aun siendo revolucionarios en su campo, no tienen aplicaciones comerciales inmediatas, el trabajo de los galardonados de este año tiene una utilidad real y efectos importantes para una amplia población de pacientes y consumidores.
El Nobel de Medicina de 2019 impulsa las iniciativas de descubrimiento de fármacos
(Fragmento de un artículo publicado en Chemical & Engineering News el 8 de octubre de 2019 que se reproduce con permiso).
En muchas ocasiones, el premio Nobel de Fisiología o Medicina suele ir a parar a investigaciones que han inspirado nuevos tratamientos o que están generando un gran número de ellos, y el premio de 2019, concedido a William G. Kaelin Jr., Sir Peter J. Ratcliffe y Gregg L. Semenza, no es ninguna excepción.
Estos tres investigadores desentrañaron los complejos procesos que nuestro organismo usa para detectar el oxígeno y, como Semenza ha indicado a C&EN, las empresas farmacéuticas y biotecnológicas están haciendo importantes inversiones para desarrollar medicamentos que actúen sobre distintas partes de este mecanismo, especialmente para tratar enfermedades como el cáncer y la anemia.
En la base de este sistema de detección del oxígeno se encuentra un factor de transcripción denominado HIF-1α que Semenza descubrió en 1991. Las células cancerígenas alteran el mecanismo por el que este factor de transcripción aumenta la producción de oxígeno en momentos de necesidad para que el oxígeno y los nutrientes favorezcan su crecimiento. Esto convierte a HIF-1α en una diana farmacológica prometedora pero esquiva. El trabajo publicado de estos investigadores se ha citado más de 150 000 veces, lo que da una medida de su importancia. Desde el año 2000, los investigadores de la industria y el mundo académico han presentado casi 2500 patentes de inhibidores de moléculas pequeñas de HIF-1α, y se están desarrollando fármacos para el cáncer de riñón que actúan sobre otro miembro de la familia HIF, HIF-2.

Para obtener información detallada sobre esta investigación y conocer las principales organizaciones que están desarrollando tratamientos basados en este trabajo, vea el artículo completo.
Los ganadores del premio Nobel de Química de 2019 catalizaron una revolución en la electrónica de consumo
Este año, el premio Nobel de Química ha reconocido conjuntamente a John B. Goodenough, M. Stanley Whittingham y Akira Yoshino por el desarrollo de las baterías de iones de litio. Las baterías de iones de litio han transformado a fondo muchos aspectos de nuestras vidas cotidianas gracias al trabajo de estos científicos. Móviles, tabletas, cámaras, dispositivos médicos, relojes inteligentes, juguetes y otros muchos artículos de consumo e industriales se alimentan con la tecnología del litio. Las baterías de iones de litio tienen un gran atractivo comercial porque son más ligeras, duran más y proporcionan energía más respetuosa con el medioambiente que las baterías de plomo-ácido tradicionales. Además, han desempeñado un papel importante en la aparición de los vehículos eléctricos y los sistemas de energía solar.
“Es imposible exagerar las repercusiones del trabajo de estos investigadores y prueba de ello es el hecho de que otros científicos han citado sus publicaciones conjuntas más de 35 000 veces”, señala Gilles Georges, director científico de CAS. “El progreso de la tecnología de las baterías de iones de litio desde el trabajo fundacional de Whittingham demuestra la naturaleza incremental de la innovación, en la que cada nuevo descubrimiento se basa en el trabajo que otros científicos hicieron antes”.
El trabajo inicial de Whittingham, publicado a finales de la década de 1970, exploró la intercalación de iones (ion de litio con TiS2), que generaba un material con una alta densidad energética que se podía usar como cátodo en una batería. Goodenough y Yoshino llevaron la tecnología un paso más allá con la introducción en los electrodos de diferentes materiales que permitían desarrollar baterías con un potencial mayor, que se podían recargar de una forma eficaz, con una densidad energética superior y más económicas. Un importante hallazgo de Goodenough llevó al uso de LiFePO4 (trifilita) como material alternativo para el cátodo. Era más abundante y térmicamente estable, lo que lo convirtió en una opción viable para dispositivos de mayor escala (baterías de coches, almacenamiento de energía) y provocó una proliferación de solicitudes de patentes.

Esta secuencia de descubrimientos, junto con otros muchos que surgieron por el camino, fue esencial para convertir la investigación básica original sobre la química de los iones de litio en una tecnología comercializable. En muchos sentidos, solo hemos visto hasta ahora la punta del iceberg del impacto que este trabajo está llamado a tener a largo plazo. La tecnología de las baterías sigue evolucionando casi a diario. Sin embargo, dado que se estima que el mercado de las tecnologías wearable llegará a 50 000 millones de dólares en 2022, no cabe duda de que el trabajo de estos galardonados con el Nobel ha tenido un “amplio abanico de consecuencias” en numerosos sectores.
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